Mi nombre es Carolina, tengo 15 años, durante la gran guerra demoniaca tenía solo 13 años y mi pueblo fue arrasado por los demonios matándolos a casi todos incluyendo a mi familia. Cuando estaba a punto de morir una gran espada iluminada atravesó el cuello de ese monstruo dándole muerte, cuando vi a mi salvador me sorprendió al ver que era una jovencita algo más pequeña que yo, pero sus ojos iluminados de color dorado eran imponentes.
Mi salvadora tenía su cabello de color negro que era peculiarmente llamativo ya que es raro ver a alguien así. Ella era Ciel la denominada santa, había sido salvada por el grupo del héroe Alexis.
– ¿Qué debería hacer? Mi familia fue asesinada y mi pueblo arrasado, aunque la santa me salvó ya no tengo nada por que vivir.
-Eso no es cierto, aún tienes mucho por que vivir.
– ¿Por qué dices eso? ¿Has perdido a tu familia también?
-No.
– ¿Entonces por qué hablas como si pudieras entenderme?
-Por qué todas las vidas inocentes importan y lo que has vivido puede ser la esperanza de muchas otras.
– ¿A qué te refieres exactamente?
-Esta guerra demoniaca está en su punto más cruel, así como tu pueblo fue arrasado muchos otros van a pasar por esto, no estás sola.
-El saber que más personas van a pasar el mismo infierno que yo no me hará sentir mejor.
-No quiero que te sientas mejor… pero quizás tu si puedas hacer que otros lo estén.
-… ¿Cómo? No soy una soldado, no tengo dinero y lo único que podía hacer era hornear pan con mi madre, pero ahora lo perdí todo.
Una carta fue entregada en la mano de la adolescente.
– ¿Qué es esto?
-Una carta de recomendación.
– ¿Para qué?
-Si no tienes un lugar a donde ir y quieres darle un significado al por qué has sobrevivido quizás deberías ir allí.
– ¿A dónde? ¿Y quién eres tú?
-A la Abadía de Santa Virgínea, diles que vas de parte de la hermana Esmeralda.
…
…
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El sol se asomaba por el horizonte para salir, una monja pasaba con una lampara mientras tocaba las puertas del pasillo despertando a las hermanas quienes Vivian en habitaciones compartidas. La rutina diaria había empezado.
En la cocina las fogatas se encendían mientras me amarraba las mangas de mi habito y me colocaba mi mantel, era mi turno de ayudar en la cocina preparando los alimentos directamente para el desayuno diario.
Preparar el pan era lo único que había aprendido cuando mi madre estaba en vida, pero desde que llegué a la abadía se me había enseñado a realizar más que eso, pasteles, bizcochos y muchas cosas más.
-Hermana Carolina ¿Has escuchado? Tendremos la visita de alguien especial el día de hoy.
– ¿En serio? ¿Sabes quién podría ser?
-No se nos ha comunicado, pero han pedido que todas las hermanas de turno preparáramos un gran banquete, no sabemos si será para el desayuno, el almuerzo o la cena. Es un gran fastidio.
-Hermana no diga eso en presencia de la diosa.
-Ups perdón, quería decir que es un inconveniente.
El desayuno habitual era pan recién horneado con un plato de mantequilla para acompañar, había grandes trozos de queso y a su lado un tazón con fruta recién cortada. Grandes jarrones de jugo de y acompañaban la mesa junto a otro grande de leche.
Gracias a las vacas, pollos y cerdos que criamos en este monasterio éramos casi auto suficientes, pero de vez en cuando teníamos que bajar al pueblo para conseguir algunas especias o artículos hechos por los artesanos.
Durante la gran guerra demoniaca las hermanas que disponían de conocimientos de curación asistían a las tropas y refugiados mientras que las simples hermanas como yo que apenas servíamos para cocinar nos dedicábamos a preparar los alimentos para todos, era un trabajo extenuante pero el darle de comer a tanta gente hambrienta que habían perdido todo y a los soldados que nos defendían se sentía gratificante casi como si sus vidas dependieran de mí.
Tras preparar el desayuno se nos permitía unirnos a las demás hermanas en la mesa y es cuando podíamos disfrutar de los alimentos después de agradecer a la diosa.
– ¿Creen que sea un noble?
– ¿Cómo?
-El invitado importante que va a venir pues quien más hermana Carolina.
-O perdón, sí, hay la posibilidad.
– ¿Y si ese noble viene a conseguir esposa?
-Ay por la diosa si es así ojalá me toque a mí.
-Debes estar bromeando, si un noble viene para acá obviamente seré yo la que escoja como esposa.
No era anormal que un noble de bajo rango fuera a conventos para buscar a una potencial esposa ya que si bien la mayoría éramos simples plebeyas que habían quedado huérfanas de la gran guerra demoniaca aun así éramos vistas como mujeres modelo para formar familias.
– ¿Y si se trata de un noble de alto rango que viene a por «su majestad»?
-No puede ser ¿En verdad crees ese rumor?
-Pero ¿Apoco no es romántico imaginar algo así?
La hermana unía sus manos como si fuera a rezar, pero solo estaba fantaseando.
Había un rumor en la abadía de que una de las superiores era una noble que debido a un problema con su familia había sido internada aquí por lo que si un noble de alto rango venia para acá solo podría venir a por ella sea por ser un amor de la infancia o por ser la mejor elección para formar familia.
-Oye no es de extrañar que algo así en verdad pasara ¿Tu qué opinas hermana Carolina?
-Pues yo creo que quizás solo se trate de un alto cargo del clero.
En la mente de las chicas imaginaban a un viejo barbón y calvo con una gran panza.
– ¿Heeeee? Aburrido.
Todas respondían al unisonó.
– ¡Ustedes allá al fondo, me guardan silencio!
La abadesa que estaba en la mesa principal frente a todas las demás del salón les había llamado la atención haciendo que las demás hermanas guardaran silencio inmediatamente.
-Pero hermana Carolina si en verdad fuera el invitado algún alto cargo del clero ya se nos habría dicho y no lo tendrían en secreto.
Murmuraban en voz baja.
-Bueno… tienes razón.
-Y si fuera un noble de bajo rango no nos habrían avisado de su llegada, ellos no pueden pedir tanto tampoco.
-Quizás tienes razón.
…
…
…
Durante la mañana me tocaba barrer los pasillos que conducían a la gran biblioteca de la abadía, de vez en cuando veía pasar a varias hermanas, pero entre ellas destacaban algunas por sobre las demás y eran las «protectoras»
Las hermanas protectoras vestían sus hábitos que tenían unas imágenes bordadas en ellas que podían adoptar formas como la de una gota de agua, una flama, una roca o una briza de aire. Todas ellas eran usuarias de magias elementales.
-Buenos días, hermana Carolina.
-B-buenos días, hermana Esther.
Me daba algo de timidez contestar sus saludos ya que ellas eran imponentes a su manera.
– ¿Te tocó de nuevo la limpieza aparte de cocinar?
-S-sí, dice la abadesa que este año puede que ya entre formalmente a un área específica donde mejor ayude.
– ¿A cuál área te gustaría quedar de forma permanente?
-Yo, bueno… si puedo decirlo quisiera el área de cocina.
-Oh un área muy acorde a tus habilidades, buena elección.
-Gracias… ¿A dónde se dirige hermana?
-Bueno como puedes ver voy a la biblioteca a estudiar un poco para mejorar mis habilidades en el uso de la magia de viento y puede que mejore en mis sanaciones.
Durante la gran guerra demoniaca las hermanas protectoras asistían en diferentes áreas, las que tenían magias curativas se quedaban en las enfermerías junto a las demás. Era poco común que una plebeya supiera utilizar magia elemental, pero eran inferiores en poder y conocimientos a los de un noble por lo cual eran casi inútiles en batalla.
-Eso es maravilloso, le deseo suerte en sus estudios.
-Gracias hermana Carolina, bueno nos vemos a la hora de misa.
-Cuídese mucho, que la diosa la acompañe.
La hermana Esther se adentró en la biblioteca para estudiar, las hermanas protectoras son impresionantes, todas querían llegar a ser como ellas aún si no supiéramos utilizar alguna magia elemental.
…
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…
Durante la misa todas estábamos reunidas en una de las iglesias de la abadía donde la gran abadesa dirigía el rezo diario mientras nos contaban las grandes hazañas de la diosa.
-Y así fue como hace mil años la gran diosa Freyla derrotó al gran mago oscuro son su omnipotente poder sagrado trayendo la paz de nuevo a este mundo.
-Los secuaces del mago fueron expulsados de todos los territorios humanos sobre todo a las profanas brujas que habían servido en su cruel ejército.
-Y desde entonces la magia de este mundo fue bendecida por la diosa Freyla y nosotros somos sus devotas seguidoras.
Durante los tres años que he estado en la abadía he aprendido mucho sobre la diosa Freyla, como ella salvó al mundo del mago oscuro y fundó la religión oficial del Reino de Fragia pero me sorprende que no se hable tanto de santa Ciel, se supone que ella es la santa de esta generación y la mujer que me salvó.
-Muy bien hermanas de seguro muchas han escuchado algunos rumores sobre que hoy tendremos la visita de alguien muy importante, algunas especulan que es un noble o un alto cargo del clero.
El murmuro en la iglesia eran bajo, pero se podían escuchar.
El conde Jean Pierre Lambert, que luchó y protegió los territorios de este condado donde vivimos, por lo cual quiero que todas estén bien presentables en su presencia.
El rostro de varias de las hermanas en la iglesia se veía consternadas, sabían lo que se avecinaba cuando mencionaron al conde Jean Pierre Lambert, era una especie de costumbre que los nobles vinieran a la iglesia no solo a buscar una futura esposa… sino también a darse un tiempo de «placer» y como el conde ya estaba casado era obvio a lo que venía.
– ¿Otra vez ese viejo gordo?
-No puede ser ¿Por qué no pudo venir otro noble?
-La última vez que vino el… no puede ser.
La última vez que vino el conde escuché rumores de que se había llevado a varias a su habitación para «estudiar las santas escrituras» y varios meses después una de esas hermanas fue expulsada de la abadía no sin antes notarse que su vientre se había visto «abultado»
Los prostíbulos eran algo común en el Reino de Fragia, incluso pagaban impuestos por lo que estaban registrados como trabajos oficiales, pero esos sitios no eran dignos de nobles por lo cual los sitios más «aptos» para ellos eran los conventos, monasterios o abadías como la nuestra pero no podíamos negarnos, ellos fueron los que lucharon para proteger nuestras tierras de las hordas del gran rey demonio.
-Hagan silencio, hasta acá puedo escuchar sus murmurios.
Varias de las chicas estaban angustiadas por lo que se avecinaba.
-Pero también el vendrá con su hijo primogénito Louis Lambert quien ayudó a su padre en la gran guerra demoniaca así que espero que sean amables con él.
Varias de las hermanas que estaban a punto de llorar de pronto alzaron la cabeza al escuchar esas palabras, si venia el hijo del conde entonces quizás no todo sean malas noticias ya que es muy posiblemente se trataría de un hombre joven y potencialmente apuesto si la diosa lo quería.
– ¿Cuántos años crees que tenga el joven Louis?
-Debe tener menos de veinte años, su padre tuvo hijos a esa misma edad según escuché.
– ¿Crees que busque esposa?
– El posiblemente no esté casado por lo que…
-Es un noble de alto rango no lo se.
– ¿Debería pintarme los labios?
Al principio muchas chicas estaban entusiasmadas de que un noble de bajo tango viniera para buscar pareja con la esperanza de volverse la esposa de uno y por ende convertirse en una noble.
Si bien la vida en la abadía era tranquila, teníamos un lugar donde dormir y comíamos todos los días, no era sorpresa que muchas quisieran algo más.
…
…
…
El sol ya se estaba ocultando en el horizonte, estaba en la cocina ayudando en la preparación del gran banquete junto a las demás hermanas que también les había tocado turno al igual que yo.
En una de las ventanas arqueadas del comedor podía ver las afueras de la abadía donde en la entrada se veía un gran carruaje escoltado por varios soldados a caballo, se podía ver como estaban ingresando a la entrada.
Se podía escuchar afuera de la cocina como varias hermanas habían también notado la llegada del invitado especial.
– ¿Es el conde?
– ¡Deja ver!
– ¿Has visto a su hijo? ¿Cómo es?
Todas estaban muy entusiasmadas y a la vez preocupadas por lo que podría pasar esa noche, pero yo era indiferente a aquello, no tenía un gran atractivo que digamos por lo cual ni el conde ni su hijo podrían elegirme.
– ¿Qué creen que están haciendo hermanas? ¡Siéntense ya a las mesas! El conde ha llegado.
Era casi la hora de la cena por lo que junto a las demás hermanas nos dábamos prisa para servir los alimentos mientras varias otras nos ayudaban a enviarlas a las mesas.
Sopas de queso con pan, pollo recién horneado, frutas y vino. Era una cena exageradamente opulenta para una abadía donde se supone que practicábamos la humildad sin excesos, pero esa noche era especial.
Me mandaron a servir varios de los alimentos después de que había terminado de cocinar, mis manos estaban repletas de platos, parecía la mesera de algún bar de esos que hay en el pueblo.
-Hermanas queridas, buenas noches a todas, antes de iniciar la cena de esta noche demos las gracias a nuestra todo poderosa diosa que nos provee de estos alimentos.
Como estaba sirviendo los alimentos me tocó quedarme parada en el salón rezando con los ojos cerrados y las manos juntas.
-Pero por la diosa querida que hermoso festín se ve el que tienen aquí.
La voz grabe y profunda de un hombre se escuchó en todo el gran salón. Todas abrimos los ojos para verlo, era el invitado especial.
-Gran conde Jean Pierre Lambert es un honor tenerlo esta noche en nuestra humilde abadía.
Era un hombre regordete pero alto con una enorme calva en su cabeza y algo de cabello a los lados, era uno rubio con bastantes canas. A su lado había varios hombres encapuchados.
-Oh abadesa Amelie es un placer estar aquí como todos los años.
El conde saludaba de besos en ambas mejillas a la abadesa.
-Queridas hermanas celebremos la visita de nuestro gran invitado el conde Jean Pierre Lambert quien lucho por todas nosotras en la gran guerra demoniaca, denle una cálida bienvenida.
-¡¡¡Bienvenido a nuestra humilde posada gran conde Lambert!!!
Todo el salón resonó al unisonó, casi parecía un grito de guerra por lo bien coordinadas que estaban.
-Oh veo que siguen tan enérgicas como de costumbre abadesa Amelie.
-Es un gran honor que nos diga eso, por cierto ¿no ha venido su hijo?
-Es verdad jajaja que descortés de mi parte, Louise preséntate.
-Si padre.
Uno de los hombres encapuchados dejaba ver su rostro, era un apuesto joven en sus veintes de cabello semi largo rubio marrón, ojos grises y con unas grandes pestañas. El joven era la imagen de un príncipe de cuentos infantiles.
-Es un placer conocerlas a todas ustedes, mi nombre es Louise Lambert, muchas gracias por permitirme estar en su gran abadía.
-Es guapo.
-Divino.
-No podía esperar menos del hijo del conde.
Los murmurios de las chicas del salón se podían escuchar claramente.
-Muy bien chicas es suficiente, no den una mala impresión a nuestros honorables invitados, quiero que los traten bien ya que ellos están aquí de visita.
El resto de la cena se desarrolló normalmente, pese a haber cocinado me pusieron como mesera sirviendo a todas las hermanas, era una tarea bastante ardua y lo único que deseaba era terminar pronto para tomar un baño en las termas de la abadía ya que vivíamos en la sima de un monte con fuentes volcánicas.
El conde Lambert, su hijo y la abadesa estaban en la mesa principal comiendo y bebiendo mientras conversaban.
-Es la primera vez que trae a su hijo hasta esta humilde morada conde.
-A sí, es que mi hijo estaba ocupado en varias cosas, pero al fin está aquí para acompañar a su padre en sus responsabilidades como conde.
-Padre no diga eso, usted sabe que debía atender varios asuntos.
-Si, claro ¿cómo encontrarte con esa campesina?
– ¡Padre!
-Lo siento, creo que estoy bebiendo mucho jaja.
-Conde sé que es repentino, pero… sobre las donaciones…
-Cierto, cierto, descuide abadesa todo estará bien por ahora.
La abadesa hacia gestos para que fuera a repartir vino a su mesa.
-Tras la gran guerra demoniaca se perdieron muchas cosechas y perecieron muchas personas lo cual me hacía preocupar por el futuro de esta humilde abadía.
-Abadesa querida usted sabe que nunca permitiría que les faltara nada a ustedes además de que ustedes me dan un trato muy especial…
– ¡Ah!
De pronto la mano del conde se posó sobre mi espalda mientras yo estaba sirviéndole el vino.
-La vez anterior que vine fue una noche maravillosa y sus hermanas siempre me han dado un excelente servicio.
La mano del conde entonces se deslizo suavemente hasta acariciar mi trasero, estaba nerviosa, sentía como me temblaba las manos, todo este tiempo había sido indiferente a lo que me habían comentado las otras hermanas pero que ahora me tocara a mí era algo que no me esperaba.
-Me alegra que nuestras hermanas le hayan caído muy bien conde Lambert.
La abadesa sorbia su vaso de vino el cual estaba hecho de plata.
– ¿Esta hermana es nueva?
El conde preguntó mientras también tomaba vino en su copa de oro puro adornada con piedras preciosas.
-Si, supongo ¿Cuál era su nombre hermana? ¿Hermana?
No la había escuchado a la primera, pero tras regresar en mí misma respondí con nerviosismo.
-C-Carolina.
-Oh Carolina, es un buen nombre, dime ¿Cuántos años tienes?
-Qu-quince…
-Entonces ya eres legalmente una mujer adulta, quiere decir que ya puedes tener hijos.
De la mano del conde sobresalieron unos dedos que se metían en la abertura de mis piernas por encima de mi falda, las piernas me temblaban, mi voz se resquebrajaba y sentía que estaba a punto de llorar.
Entonces un ruido de unos platos rompiéndose rompieron ese momento.
– ¿Qué pasó? ¿Qué es ese ruido?
-Lo siento padre se me calló el plato con los filetes de cerdo.
En ese entonces agarré la oportunidad para salirme de ese embrollo.
– ¡Y-yo me encargo de limpiarlo!
Inmediatamente rodee la mesa hasta el otro extremo donde estaba el hijo quien había hecho caer el plato.
-Pero hijo ten cuidado, no se deben desperdiciar los alimentos.
-Lo siento padre.
Mientras recogía los fragmentos del plato podía escuchar una voz tenue.
– «Lo siento»
Era el vizconde quien con una mirada triste me veía, ah… veo que el hijo no es igual a su padre. Tras haber terminado me retiré a la cocina.
-Esa tal Carolina, la quiero en mi cuarto esta noche.
-Lo que usted desee Conde Lambert.
Respondía la abadesa mientras a lo lejos una de las hermanas veía con enojo lo que había sido testigo, era la hermana Esther.
Tras el gran banquete nos había tocado lavar los platos, pero antes de que me encargara de la gran pila que tenía en frente mía una de las hermanas de me acercó.
-Yo me encargo hermana Carolina, la abadesa dice que vaya a bañarse a las termas.
– ¿En serio? ¿Está segura?
-Claro, vaya tranquila yo me encargo.
Era extraño que la abadesa me dejara ir sin antes haber terminado mis deberes, tenía un mal presentimiento de todo eso, pero estaba tan cansada que solo quería ya bañarme y dormir.
Las termas estaban en la parte baja de la abadía por lo que tenía que bajar unas largas escaleras, pero valían la pena, la vista era hermosa y la luz de la luna bañaba todo el valle que había alrededor.
Al llegar a las termas me di un baño antes de meterme a la piscina, fue entonces cuando vi que había alguien más allí, una figura alta y estilizada con el cabello largo y gris.
– ¿Hermana Esther?
Al decir esas palabras la chica se paró.
– ¡Carolina!
– Buenas noches ¿También te quedaste hasta tarde en tus tareas?
– Bueno en realidad no, las otras hermanas se habían ido, pero quería quedarme un rato más, pero me alegra que estes aquí.
-Ya veo, si gustas puedo irme a la otra piscina.
– ¡No!
Ella tomo una de mis manos sosteniéndome.
– ¿Hermana Esther?
-Quédate conmigo.
-… está bien.
Al principio nos quedamos un par de minutos sin decir nada, pero entonces la hermana Esther rompió el silencio.
-Vi lo que te hizo ese viejo gordo.
– ¿He? ¿E-en serio?
Me daba muchísima vergüenza que alguien más haya visto aquello, si ella lo vio entonces el resto también, era demasiado embarazoso que quería hundirme en la terma.
-No deberíamos aguantar todo esto, es injusto, esos nobles solo nos ven a las hermanas como meros sacos de carne para saciar sus deseos.
-Hermana Esther…
-Si algo así me llegara a suceder no sé lo que ocurriría.
Entonces coloqué una de mis manos en el hombro de la hermana hasta finalmente darle un abrazo.
– ¿C-carolina?
-Muchas gracias por preocuparte por mí, no sabes cuanto me hacía falta escuchar esas palabras.
– ¿No te dio miedo? ¿Asco? Que un viejo asqueroso te tocara así.
-Lo tuve, sentía que me quería tirar al suelo y llorar.
-Debiste alejarte de el inmediatamente.
-No podía hacerlo, solo soy una simple hermana plebeya y huérfana que perdió a sus padres y a su pueblo en la gran guerra demoniaca, la abadía es el único hogar que tengo ahora.
-Deben existir otras formas, no podemos permitir que nos traten así.
-Si la hubiera ya lo hubiera elegido, pero gracias hermana Esther.
Entonces nos separamos, puede que Esther sea 3 años mayor que yo, pero en ese momento sentía como si yo fuera la hermana mayor.
– ¿Quieres compartir cuarto un día de estos?
– ¿Estas segura Carolina?
-Claro, solo debemos pedirle a una de nuestras compañeras que nos deje un día cambiar de cuarto.
-Eso… seria genial.
…
…
…
Al regresar a mi cuarto vi a mis otras compañeras mirándome directamente, no sabía lo que estaba pasando hasta que vi encima de mi cama una prenda de vestir y una carta encima de ella.
«Ven vestida con esto para orar»
Detrás de la carta estaba el número de la habitación a la cual debía ir, era la de invitados especiales… el conde Jean Pierre Lambert, me había elegido para «orar» esa noche.
-Lo lamento Carolina.
Todas se apiadaban de mi pero no había elección, debía hacerlo si quería seguir viviendo en la abadía con mis demás hermanas, tener un techo donde dormir y una comida que llevar a la boca era lo más importante, debía sobrevivir.
…
…
…
Los sonidos de alguien tocando la puerta se escuchaban.
-Pasa.
Entré a la habitación con una bata elegante que me habían dejado en la habitación.
– ¿Te llamabas Carolina verdad?
-Si.
El conde estaba también con una bata elegante, de seguro detrás de eso no vestía nada, era asqueroso de solo imaginarlo.
– ¿Puedes quitarte la bata por favor?
-Lo que usted diga su excelencia.
Al quitarme la bata se podía ver como utilizaba una prenda blanca semi transparente que cubría de mis pechos hasta mi abdomen la cual no dejaba mucho a la imaginación, mi cuerpo no estaba tan desarrollado como muchas de las chicas de la abadía, la parte de mis pezones estaban apenas cubiertas y la zona de mi entre pierna solo utilizaba unas bragas blancas.
-Oh la abadesa tiene un gusto excelente, mucho mejor que el del año pasado, ven siéntate a mi lado.
-Si Conde Lambert.
Al sentarme a su lado él puso su mano en mi cintura, estaba muy nerviosa y sentía como estaba temblando, pero hacia lo posible porque no se me notara.
-No quiero incomodarte con esta pregunta, pero… ¿Aún eres virgen?
Me lo dijo susurrándome al oído lo cual lo hacía más aterrador, su otra mano rozaba mis piernas.
-S…si su excelencia…
– ¿Si qué? Dilo por completo.
-A…aún… soy… v-virgen…
-Eso me gusta, por eso esta abadía merece todo el dinero del condado.
Si bien éramos auto suficientes en cuanto a la comida eso no quería decir que no necesitáramos dinero para sobrevivir, el mantenimiento de las instalaciones, el acueducto, las hijas, las tintas, las velas, había muchas cosas que debíamos conseguir, pero éramos pobres por nuestros votos de pobreza y castidad… aunque la castidad solo era una mera excusa para mantenernos puras… para cuando el señor feudal viniera a tomarnos.
-Muy bien que empiece el espectáculo.
El conde me había tirado en la cama y él estaba encima mía con sus enormes labios y nariz enorme mirando a mis pechos.
-Eres hermosa.
De pequeña era pobre, pero tenía una familia, un padre agricultor y una madre panadera, unos hermanitos que jugaban en los bosques a ser aventureros, pero la gran guerra demoniaca se lo llevo todo.
El conde me vio directamente a los ojos para luego lamer mi mejilla.
Después de haber sobrevivido al haberlo perdido todo no tenía más sentidos para vivir, pero alguien me había dado una carta de recomendación para vivir aquí, cocinar para las personas necesitadas, para los hambrientos, para las familias que lo habían perdido todo, era lo único que podía hacer, pero estaba satisfecha.
-Bon appétit.
El tener que hacer lo que sea para sobrevivir es lo único que había aprendido después de la guerra demoniaca.
A… espero no quedar embarazada… o no nunca podré cumplir mi promesa con Esther…
…
Entonces la puerta de la habitación se vio destrozada en miles de pedazos apagando con el impacto todas las velas de la habitación
– ¿QU-QUÉ ESTA PASANDO?
Detrás de esa gran pila de polvo se veía una sombra en medio de la luz que venía del pasillo, al disiparse se podía ver una figura pequeña de cabello negro y con ojos que se iluminaba de un color dorado.
-Conde Jean Pierre Lambert, he venido a hablar con usted, póngase los pantalones y cubra sus miserias asquerosas.
– ¿Con quién carajos crees que estas hablan…?
-Soy, junto al papa, la máxima representante de la iglesia de la religión de Freyla… mi nombre es Ciel, santa Ciel.
Era la misma mujer que me había salvado años atrás, Santa Ciel, a su lado estaba quien me había dado la carta de recomendación, la hermana Esmeralda… y al lado de las dos estaba la hermana Esther muy preocupada, me sentía a salvo nuevamente.
-Continuará…